martes, septiembre 11, 2007

Un jote care ra'

Yaaaa séeee soy un jote care raja, pero se los juro que esta vez me enamoré. Me acuerdo perfectamente cuando ella llegó junto a su entrenador hasta mi gimnasio y a primera vista nos comimos a miradas. Que jevi weón nos quedamos estáticos y en silencio. Él preguntó qué pasaba y ella dijo: "nada", se dio una vuelta y murmuró: "con este si que lo voy a pasar bacán".

Al día siguiente empezamos a trabajar, le medí la resistencia cardiovascular y de peso, el porcentaje de grasa y cuando la pinché con el lipocalibre a un costado de su cintura, soltó unas risitas locas. Muchas sonrisas pocas palabras, sólo miradas fijas.

Todo la complicaba: hacer flexiones, levantar las pesas, saltar la cuerda, elongar, siempre me pedía que la corrigiera, pero saben yo sabía que era porque ella quería estar cerca mío.

Nos fuimos conociendo y las insinuaciones crecieron. Profe me duele la espalda me puedes descontracturar. Que onda tus ojos, son demasiado verdes... ¿haber?. ¡Oh! la cagó tu perfume ¿Aqua di gio, cierto?. No hubo día que no demostrara lo contrario. Si hacía remos después se tocaba sus pechugas para decirme que había sido mucho peso. Me mostraba su guata para que viera lo firme que la tenía. Me hacía tocarle el poto después de la prespierna con la excusa de que le dio un tirón.

Nos llevábamos por 14 años, ella tenía 18 y yo 32. ¿Mucha diferencia? Sí, pero que le hace el agua al pesca’o si los profes de educación física no somos lo mismo que uno de cívica o francés. Además, ella estaba dispuesta a todo. Y si yo no atacaba era porque me frenaba el que dirán. Hasta que un día estaba haciendo presbanca y se le acalambró el brazo. Yo justo estaba escribiendo y cuando la vi con un brazo en altura y el otro doblado por la pesa que apretaba su tórax, tiré lejos el cuaderno y corrí a ayudarla. Estaba roja y sin aliento. Le saqué la pesa de encima. La dejé atrás y quedé con su cuerpo bajo mis piernas. Nos miramos y le pregunté si estaba bien. Ella me agarró de la polera y me tiró arriba. Nadie nos pudo frenar, nos besamos, nos apretamos, nos caímos al suelo. Seguíamos besándonos. Le mordía el cuello y ella me daba besos en las orejas. Nuestros cuerpos se fueron uniendo y terminamos en el camarín.

Cerramos la puerta con llave y ahí estuvimos hasta aburrirnos.

Al día siguiente se enteró que era casado y que si no usaba la argolla era porque me casé por compromiso (silencio pensativo) él venía en camino y no le podía fallar. Una cosa es ser fresco y la otra un maricón.

Fría y como si no le importara nada de lo que había pasado me rechazó, la busqué y ella me decía que no, que la relación a partir de ahora sería sólo de alumna-entrenador.

3 comentarios:

Francisco dijo...

uuffff ffuerte pero bueno, parece una experiencia media reprimida de las minas que van al gimnasio, tipico que las minas se pasan rollos con los profes y poco menos que se empelotan para que las miren, bueno bueno

Marlene P.W. dijo...

Qué buen relato! me encantó. Muy fluido, exquisito.
No soy de ir a gimnasios (tal vez debería empezar a ir XD), así que no sé cómo serán las niñitas de esos lugares. Creo que no hay nada de malo con el coqueteo que ella empezó...el amor no tiene edad (viva Hugh Hefner!!!! viejo seco!)
El tipo fue el que se mandó el cagazo. La infidelidad no tiene perdón.

Caro Fuentes dijo...

Me encantó como está escrito!
Pero... disfrasaste alguna de tus experiencias?