martes, febrero 23, 2010

Reportaje: MI PAIS


Teatro Imperio, Patrimonio de la Humanidad
“De turístico poco y nada”

Convertido en una feria artesanal, quienes trabajan en este lugar aseguran que la mayoría de sus clientes son porteños, ya que los guías y empresas turísticas prefieren llevar a los extranjeros a la ciudad jardín, Viña del Mar, en vez de enseñarles el inusitado paisaje urbano de Valparaíso.


Algo propio de la época prerromana fue el abandono de las ciudades, en especial las importantes construcciones del Alto Imperio como el teatro y el anfiteatro, espacios dedicados al ocio. Pareciera que en la actualidad poco de esto ha cambiado. Algo propio del siglo XXI es el abandono de las ciudades, en especial las importantes construcciones de Valparaíso como son los teatros y el cine.

Centros de Apuestas hípicas, discoteques, multitiendas, carnicería o templos evangélicos… ¡Aleluya hermanos! En esto se transformaron los teatros y cines que antiguamente eran sede de distracción para los porteños. Y de tal destino religioso el Teatro Imperio, ubicado en avenida Pedro Montt a una cuadra de plaza la Victoria, no se escapa. Por mucho tiempo refugió a los devotos hasta que, en estos días con una misión más terrenal, reemplazó sus butacas por alrededor de treinta puestos de artesanía convirtiéndose así en la “Feria Pacífico Playa Ancha”.

¿Un espacio turístico?

Enormes barcos a orillas del puerto, calles llenas de recovecos, construcciones sostenidas de forma insólita. Adoquines, troles y ascensores. Edificios ingleses, italianos y franceses con diseños neoclásicos. Todos con fachadas muy similares, pero con detalles que marcan su diferencia. En algunas se destacan la pureza de las líneas arquitectónicas y la simetría; en otras, los efectos decorativos del barroco y el rococó o los vértices que empinan discretas cúpulas en las alturas. ¡Es Valparaíso! Una selva urbana, declarada Patrimonio de la Humanidad. Y entre todo esto… un edificio gris, que en su fachada tiene esculpido “Teatro Imperio”, no pasa inadvertido.

“Pensé que era un teatro, me acerqué para ver qué había en cartelera y ¡chan! Me encontré con la sorpresa que era una feria artesanal”, comentó Valeria, una transeúnte que venía por primera vez al puerto.

Diseñado por el arquitecto Ernesto Urquieta, este edificio fue inaugurado en 1910 como un elegante anfiteatro que hoy a pesar de no funcionar como tal y de estar evidentemente deteriorado, todavía luce el parqué brillante y sus murallas con diseños grecolatinos pintados color dorado.

Según Hilda Garrido, presidenta del sindicato de la “Feria Pacífico Playa Ancha”, cuando se instalaron hace seis años acá, su dueño Manuel Iriarte, les prohibió intervenir el espacio. Y no fue problema porque así tendrían doble atractivo para los turistas. Por un lado, las reminiscencias de la infraestructura (encajes de bronce en las murallas, una historia de independencia del mismo material sobre el telón del escenario) y la historia cinéfila y por otro, la diversidad de productos que ofrece la feria.

“Se mandaron a hacer mesones con un tallado parecido al de las murallas. Los pintamos con los mismos colores. Marfil para el fondo y dorado en los bordes. Pero no sirvió de mucho porque al final cuando llegan los barcos con pasajeros, los guías y empresas turísticas en vez de traer a los clientes para acá se los llevan a viña del mar. Entonces de turístico poco y nada. Nuestros clientes son los porteños”, comentó Garrido.

Rosita, una de las administradoras de la feria, recuerda que” cuando era chica frecuentaba la sala, daban películas de rancheros. Mi papá no se las perdía y como era generoso nos invitaba a mi y mis hermanas. Pero de eso sólo queda como testigo el viejo telón, que sobrevive porque Iriarte prohibió retirarlo” y el recuerdo de muchos otros adultos que llegan con sus hijos para contarle la misma historia que Rosita. Es por eso que a pesar de que en el lugar ahora se desarrolle una actividad tan distinta quienes trabajan ahí no sienten que invadieron parte de la historia cultural de Valparaíso.

“Es triste ver en lo que está convertido esto ahora. Pero al final es una evolución de los gustos actuales. Ya no hay funciones de matinés, vermú y noche, pero al final no se pierde la esencia: ser un lugar de entretención y a las familias del puerto les gusta. No, les encanta venir a las ferias artesanales” comenta Raúl, artesano.

Al fondo del escenario donde alguna vez hubo una pantalla ahora hay un mural con una ilustración bíblica. Ésta quedó desde que la congregación Visión Mundial para la Familia uso las dependencias como templo. Esa fue la primera vez en que se cuestionó el uso del teatro.

“Varias personas nos dicen: insólito, primero los canutos y ahora ustedes, menos mal que éramos patrimonio cultural. Y yo les respondo y ¿esto no es cultura? Quizás no es arte pero somos parte de la cultura popular”, comenta Garrido.

La historia del “Mexicano”

En los años ‘40 y ‘50 la pantalla del Teatro Imperio proyectaba los grandes éxitos Hollywoodenses. Imperdibles matinés con películas en blanco y negro que cobró fuerza en los años ’60 y mediado de los ’70 cuando los títulos de la cartelera incluyeron películas mexicanas como Pancho Villa de Fernando Fuentes, Jalisco, de Jorge Negrete o Salón México y Pueblerina, de Emilio “El Indio” Fernández.

“El cine llenaba sus butacas. Y proyectaba hasta tres veces al día la misma película”, comenta Inés, tesorera de la feria artesanal. Y agrega que se las “veía todas, porque era una fanática de los actores y de la música mexicana”.

Al igual que Inés, hay muchas personas que se sienten identificadas con su historia. En Chile no sólo fue un éxito el cine azteca, sino también la música representada con sus rancheras y por sobretodo los corridos que se popularizaron hasta ser parte del folclor chileno. Adolfo Montero Toro, comerciante, fue uno de ellos.

Este hombre de cincuenta y siete años trabajó desde que salió del colegio en el Banco Estado, pero hace cinco años aproximadamente le presentaron el sobre azul. Cesante y en la desesperación de generar dinero. Se fue a trabajar con su hermana que tenía un puesto en la feria de las pulgas que se instala en avenida Argentina. Ahí vendía artículos de plástico como bacinicas, jarros, tiestos, tapones.

Aunque lo pasaba bien con su hermana, se aburrió de tener que depender de ella entonces empezó a buscar una solución a su problema. La solución, inventar un personaje.

“No sabía hacer nada y me di cuenta que la feria necesitaba alguien que le hiciera propaganda. De chico venía al teatro Imperio. Me gustaban las películas de Mejías y Jorge Negrete. Me vestí de charro y con un cono que hice de cartulina me puse a promocionar a mis compañeros”, comenta Montero.

Montero pasó el gorro y sacó buena propina. Repitió la hazaña durante meses. Se fue perfeccionando, arregló su vestuario e inventó más pregones. Cuando pudo ahorrar un poco, acondicionó un carro de supermercado y sumó a su rutina la venta de jugos y bebidas.

Un día un amigo que tenía un puesto de frutas le regaló un extinguidor antiguo, de esos que tienen una especie de cono en la punta, para que lo usara de megáfono con el potenció su voz al doble. Entonces más gente se acercaba a observarlo. Y fue una de esas personas que llegó hasta él para invitarlo a un programa de televisión.

“Invitado especial, el “Mexicano”, personaje típico de Valparaíso”, me creí el cuento comenta Montero y nunca más me saqué el disfraz. Participó en el estelar Amigos y Amigas de Raúl Alcaíno, junto a otros invitados reconocidos de la zona como Jorge Farías, cantante de la Joya del pacífico.

A Montero le gustó tanto su nuevo su personaje que decidió pagar un espacio en la radio Litoral y junto a otros dos socios hizo un programa dedicado a la música mexicana, se llamó ‘El Club de Amigos de México’ duraba una hora y se transmitía de lunes a viernes.

Se hizo conocido entre los porteños, consiguió pitutear en varios locales. Siempre pregonando. Y hoy nuevamente atendiendo un puesto de su hermana, pero esta vez en la Feria Pacífico Playa Ancha, comenta que “ser uno de esos charros que conocí en la pantalla gigante de este lugar –ex Teatro Imperio- es sólo un sueño” porque ha planteado más de una vez la idea de usar su personaje para atraer público, pero los administradores se rehúsan.

“Me gusta su personaje, pero no estamos para eso. Aquí son otros los intereses” comenta Inés. Y agrega que para llamar la atención prefieren la música que suena por unos parlantes en la entrada principal. Montero dice que esto es desprenderse de toda posibilidad de ser un atractivo turístico.

“Una vez me contaron que en el cine Imperio quedó la embarrada porque dieron una película que mostraba a los porteños como indígenas que recibían a los extranjeros con gestos lascivos. La gente se enfureció y tuvieron que entrar los carabineros para evitar que rompieran el teatro. Actualmente creo que no estamos lejos de eso. En vez de que esté mi personaje, prefieren tener reggaeton a todo chancho”.

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